miércoles, 30 de agosto de 2017

Crónicas de Imaginadantia: La puerta




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            Oscuridad.
            Las paredes se estremecen cada cuatro segundos, tremolan, se desencajan y vuelven a encajarse una vez y otra. Cada respiración es una sacudida que hace temblar el suelo que hay debajo de su cama hasta que el sol asoma por el horizonte, toca una ventana, la persiana de esta salta como un resorte y la luz se hace.
            Un hombre se despereza bajo las sábanas, las retira hacia atrás con un gesto vigoroso y se levanta de un salto. Es muy alto y muy arrugado. Su cabeza es desproporcionadamente grande comparada con el resto del cuerpo y su cuello casi inexistente, da la impresión de que aquella le saliera directamente de los hombros. Camina ligeramente encorvado, aunque es muy veloz para la fragilidad que transmite su aspecto. Se asea con meticulosidad y se viste con un traje de rayas blancas y negras. Las rayas son curvas y desiguales, no siguen un patrón determinado y se mueven con hipnotismo. Desayuna con glotonería y sale al exterior donde se despereza de nuevo, fuerte, como si fueran a crecerle los brazos. Mira hacia arriba y se sobresalta al no encontrar lo que busca. Otea los alrededores con ansiedad hasta que se detiene en un punto y resopla aliviado: lo ha encontrado. Pero se está moviendo y debe seguirlo. Entra en la casa y activa varios interruptores de palanca bastante voluminosos. Unos mecanismos en las vigas escupen vapor a presión y silban con violencia. Las vigas crujen y salen de la tierra, despacio, liberando la casa, que flota en el aire a medio metro del suelo. El hombre sale de nuevo al exterior, mira hacia arriba para asegurarse y rodea la casa con determinación para empujarla en la dirección correcta.

lunes, 26 de diciembre de 2016

¡Corre, Dormutador, corre!


            Disfrutaba del sol como si no lo hubiera visto jamás. Calidez y paz, todo cuanto deseaba en ese momento. Había pasado los últimos días entre tormentas de ventisca y nieve, y animales muy raros que parecían querer comérselo, cosa que no se molestó en comprobar. Anduvo varios kilómetros por aquel lugar y, cuando la soledad empezaba a ser mala compañera de viaje, unos gritos llamaron su atención: una familia de montañeros, un padre y dos hijos, se afanaban en espantar a un felino del tamaño de dos elefantes y colmillos exageradamente largos, que había olido la sangre de las presas que estos acababan de cazar. Al parecer le tenía miedo a los sonidos agudos. Sin mediar una palabra, David dio dos saltos, se unió al grupo de tres y los cuatro silbaron como cinco. Muy fuerte y muy agudo. El animal renunció a desayunar y desapareció entre la maleza. Nadie dijo nada, solo recogieron las presas y siguieron su camino hasta una cabaña en lo alto de la colina. David los acompañó. Dentro esperaban dos mujeres: la madre y otra hija. Tampoco hablaron, añadieron un plato, un vaso y un cubierto a la mesa y empezaron a cocinar una de las piezas que habían cazado. Los tres hombres se sentaron al calor del hogar y bebieron licor para facilitarle el trabajo al fuego. David se sentó junto a ellos y el calor desplazó el frío de su rostro. Sus ojos, agradecidos, se cerraron.
            —¿Quieres? —dijo el mayor de los muchachos mostrándole la botella de licor.
            —No, gracias —contestó David. La botella, que había conocido tiempos mejores o, al menos, más transparentes, no le inspiraba demasiada confianza sobre su contenido—. ¿Y cómo lo conseguís? —preguntó.
            —¿El qué? —dijo el mayor.
            —¿El licor? —preguntó el padre.
            —¿Que cómo hacéis para vivir... o mejor dicho, para sobrevivir en estas condiciones?
            Se miraron unos a otros desconcertados.
            —¿Qué condiciones? —dijo el padre encogiéndose de hombros.

lunes, 22 de febrero de 2016

Rocanantial


        El Sol se pone en Dunas Altas. La temperatura de la arena empieza a bajar y Villa Fenectupenda cobra vida. La primera en salir de su madriguera es Fenetilde. Asoma sus grandes orejas como si fueran un termómetro y comprueba que no hace calor. También escucha con atención y se asegura de que no haya peligro. Ya puede salir. Detrás de ella salen sus tres hijos: Fenevier, Fenelipe y Fenerico. Los tres corretean de aquí para allá casi de inmediato mordiéndose las orejas los unos a los otros, zancadilleándose y haciendo todas esas cosas que hacen los Fénec cuando juegan despreocupados. Fenetilde se acerca a la despensa y se dispone a preparar pastel de bayas y rosquillas de dátiles para toda la manada. Fenefacio y Feneralda se unen a ella en la tarea. Pronto todos están despiertos y llenando la barriga con tan deliciosos manjares. Es el mejor momento del día con diferencia, aunque alguno lo pondría en segundo lugar después del momento de dormir, ¿verdad, Feneberto? ¡Espera! ¿Dónde está Feneberto? ¿No estará...? No, por supuesto que no, que tontería. Le gusta dormir, pero es muy responsable y disciplinado y se levanta todos los días a su hora, porque sabe que, como recolector, es su deber, igual que lo hacen los demás.
        Ahí está, preparándose para partir hacia Aguas Cristalinas, el oasis en el que Villa Fenectupenda se abastece de agua y frutos.
        Pero hay un problema con el oasis. Las lluvias se retrasan y hace días que las aguas cristalinas que le dan nombre no son más que fango y no se pueden beber. Los frutos aguantan porque solo recolectan los que necesitan, para que la planta los conserve, pero se están acabando y ya no crecen nuevos.

martes, 22 de septiembre de 2015

Justopía


            Me pongo en pie para escuchar el veredicto. Lo de escuchar es un decir, un tecnicismo. En realidad será una comunicación visual. Los veinticuatro cilindros de metal que componen el jurado, dispuestos de forma teatral en tres filas de ocho, la segunda más alta que la primera y la tercera, pegada a la pared, más alta que la segunda, se iluminarán para mostrarlo. A pesar de que todas las pruebas son circunstanciales y no hay nada concluyente, nada que me incrimine, lo lógico cuando uno es inocente de lo que se le acusa, para mí se iluminarán en rojo. La presencia de tres individuos en la sala sentados juntos con sendos trajes de vivos colores: violeta, el de la derecha, verde, el del centro, y naranja, el de la izquierda, me lo ha anunciado en cuanto he entrado.
            ¿Mi pecado?: ser un cabo suelto. Sé quién es él.

miércoles, 4 de febrero de 2015

La recta se torna curva y aparece el brillo


           La recta se torna curva y aparece el brillo. Así imagino que será viajar en el tiempo.
Me instan a entrar en la sala, pero se quedan fuera. Hay una mesa y dos sillas, una a cada lado. Me siento en una de ellas y espero. Las paredes son blancas, el suelo, el techo, blanco impoluto. La mesa y las sillas de acero frío, la sala entera es fría. La luz es intensa y abundante y blanca… fría. Desde luego, el conjunto no invita a una estancia agradable. ¿Qué ha sido del por favor, póngase cómodo? Supongo que esta no es una reunión amigosa.
            La puerta se abre. Un hombre con bata blanca entra y me examina con minuciosidad desde la distancia. Camina hacia la otra silla sin quitarme el ojo de encima. Trae una carpeta que deja caer sobre la mesa. Se sienta, abre la carpeta y escruta su contenido detenidamente antes de hablar.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

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    22 de diciembre de 2012

    Navidad. Después de los meses de verano, era el período de tiempo más largo que Natalia pasaba en casa, en Murias de Paredes, un pueblo de apenas quinientos habitantes de la provincia de León. El autobús de línea hizo su única parada y ella bajó. Allí la esperaban Toni, con aquel viejo Citroën Méhari naranja y sin techo que no se rompía nunca, y Eve —en realidad fue Evencia lo que dijo el páter en la pila de bautismo, si bien es cierto que es nombre más del agrado de los padres que de la hija—. Su casa no estaba lejos —nada estaba lejos en un pueblo de quinientos habitantes—, aun así, Natalia puso las maletas en la parte de atrás del coche, se acomodó junto a ellas mientras sus amigos ocupaban las plazas delanteras, y aprovecharon el trayecto para ponerse al día. Ella estudiaba Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid, Eve Bellas Artes en la de Salamanca y Toni se ocupaba de pastorear el ganado de su familia: tenían muchas cosas que contarse los unos a los otros. Más de las que daba tiempo en los diez minutos que tardaron en llegar y verse obligados a posponer la charla para el día siguiente.

La fábrica de bombillas


    Acababa de empezar la Gran Guerra en Europa cuando, encontrándome en el ejercicio de buscar una ocupación remunerada, una noche soñé que un hombre de indumentaria pintoresca llamaba a mi puerta y me entregaba una carta igual de pintoresca que él, o que el conjunto de ambos. El sobre era del mismo color naranja intenso que su traje, la misiva era de color amarillo, también intenso, a juego con su camisa y su chistera, y estaba escrita con letras blancas, el mismo color que su corbata. Una combinación de colores que uno no elegiría para tal empresa, me refiero a la de la carta, por supuesto, cuyo objetivo era ser leída. Supongo que esas reglas no se dan en los sueños, en ellos puedes escribir blanco sobre amarillo y se podrá leer sin que a uno le hagan los ojos chiribitas. Y eso hice, la leí. Decía así:
    Ha sido seleccionado para trabajar en la fábrica de bombillas.
    Espero que la noticia le sea grata. Lea las condiciones descritas más abajo y, si está de acuerdo, firme donde pone su nombre. Si lo hace, me pondré en contacto con usted a la mayor brevedad posible.
    Tenga usted buen sueño.
    Atentamente: Jairo.