martes, 22 de septiembre de 2015

Justopía


            Me pongo en pie para escuchar el veredicto. Lo de escuchar es un decir, un tecnicismo. En realidad será una comunicación visual. Los veinticuatro cilindros de metal que componen el jurado, dispuestos de forma teatral en tres filas de ocho, la segunda más alta que la primera y la tercera, pegada a la pared, más alta que la segunda, se iluminarán para mostrarlo. A pesar de que todas las pruebas son circunstanciales y no hay nada concluyente, nada que me incrimine, lo lógico cuando uno es inocente de lo que se le acusa, para mí se iluminarán en rojo. La presencia de tres individuos en la sala sentados juntos con sendos trajes de vivos colores: violeta, el de la derecha, verde, el del centro, y naranja, el de la izquierda, me lo ha anunciado en cuanto he entrado.
            ¿Mi pecado?: ser un cabo suelto. Sé quién es él.

miércoles, 4 de febrero de 2015

La recta se torna curva y aparece el brillo


           La recta se torna curva y aparece el brillo. Así imagino que será viajar en el tiempo.
Me instan a entrar en la sala, pero se quedan fuera. Hay una mesa y dos sillas, una a cada lado. Me siento en una de ellas y espero. Las paredes son blancas, el suelo, el techo, blanco impoluto. La mesa y las sillas de acero frío, la sala entera es fría. La luz es intensa y abundante y blanca… fría. Desde luego, el conjunto no invita a una estancia agradable. ¿Qué ha sido del por favor, póngase cómodo? Supongo que esta no es una reunión amigosa.
            La puerta se abre. Un hombre con bata blanca entra y me examina con minuciosidad desde la distancia. Camina hacia la otra silla sin quitarme el ojo de encima. Trae una carpeta que deja caer sobre la mesa. Se sienta, abre la carpeta y escruta su contenido detenidamente antes de hablar.