El Sol se pone en Dunas Altas. La temperatura de la
arena empieza a bajar y Villa Fenectupenda cobra vida. La primera en salir de
su madriguera es Fenetilde. Asoma sus grandes orejas como si fueran un
termómetro y comprueba que no hace calor. También escucha con atención y se
asegura de que no haya peligro. Ya puede salir. Detrás de ella salen sus tres
hijos: Fenevier, Fenelipe y Fenerico. Los tres corretean de aquí para allá casi
de inmediato mordiéndose las orejas los unos a los otros, zancadilleándose y
haciendo todas esas cosas que hacen los Fénec cuando juegan despreocupados.
Fenetilde se acerca a la despensa y se dispone a preparar pastel de bayas y
rosquillas de dátiles para toda la manada. Fenefacio y Feneralda se unen a ella
en la tarea. Pronto todos están despiertos y llenando la barriga con tan
deliciosos manjares. Es el mejor momento del día con diferencia, aunque alguno
lo pondría en segundo lugar después del momento de dormir, ¿verdad, Feneberto? ¡Espera!
¿Dónde está Feneberto? ¿No estará...? No, por supuesto que no, que tontería. Le
gusta dormir, pero es muy responsable y disciplinado y se levanta todos los días
a su hora, porque sabe que, como recolector, es su deber, igual que lo hacen
los demás.
Ahí
está, preparándose para partir hacia Aguas Cristalinas, el oasis en el que
Villa Fenectupenda se abastece de agua y frutos.
Pero
hay un problema con el oasis. Las lluvias se retrasan y hace días que las aguas
cristalinas que le dan nombre no son más que fango y no se pueden beber. Los
frutos aguantan porque solo recolectan los que necesitan, para que la planta
los conserve, pero se están acabando y ya no crecen nuevos.
Las
reservas de agua de la aldea se agotan y no pueden esperar más. El consejo,
formado por Fenestantino, Fenedeo, Feneonor y Fenelvira, ha decidido que si las
lluvias no han caído en Aguas Cristalinas a la llegada de los recolectores,
estos regresarán a Villa Fenectupenda a excepción de dos: Feneberto y su
hermano Fenernán, que continuarán el viaje más allá de Dunas Altas en busca de
otro oasis.
Y así
lo hacen Feneberto y Fenernán. Las lluvias no han caído sobre Aguas
Cristalinas, así que continúan el viaje más allá de Dunas Altas. Más allá de
Dunas Cambiantes, donde se encuentran las aldeas de Villa Fenecmirable y Villa
Fenecbulosa. Y más allá de Dunas Lejanas, donde visitan Villa Fenecsombrosa y
Villa Fenecnífica, de las que habían oído hablar pero que nunca pensaron que
conocerían por encontrarse tan lejos de Villa Fenectupenda. Pero aún viajan más
lejos, más allá de Dunas Remotas, la última comarca conocida por los Fénec.
Allí encuentran Villa Fenectraordinaria, de la que nunca habían oído hablar
siquiera y en la que descansan antes de seguir, a pesar de que después de Dunas
Remotas, en los mapas solo puede leerse: «Aquí hay caracales».
Feneberto
y Fenernán valoran la vida de todos los habitantes de Villa Fenectupenda por
encima de la de ellos dos y deciden que el riesgo merece la pena, así que siguen
adelante con las orejas más alerta que nunca, ya que los caracales son felinos
y, por tanto, muy sigilosos en sus movimientos.
Todo
va como la seda durante muchas dunas y deciden descansar unos minutos junto a
unas ruinas. Mala idea. Los mapas no se equivocaban. Un caracal los ha visto.
Ellos han visto al caracal y el sigilo ya no tiene sentido. El caracal corre
veloz hacia ellos. Ellos corren veloces hacia donde no esté el caracal. El
caracal es muy rápido. Ellos cambian de dirección bruscamente en plena carrera
para ganar unos metros. El caracal derrapa, pero enseguida coge tracción y
corre hacia ellos. Se acerca. Se acerca mucho. Ellos intentan otro cambio de
dirección, pero el caracal ya se lo sabe y no logran engañarle. Lo tienen
encima. Los va a coger. Fenernán es el mayor y corre más rápido. Feneberto es
más lento y va detrás de su hermano. El caracal lanza un zarpazo para
zancadillear a Feneberto y este da vueltas como una pelota sin poder detenerse
a causa de la velocidad que llevaba hasta chocar con una columna de piedra de
las ruinas. El golpe abre una trampilla en el suelo y Feneberto y Fenernán
caen. Caen durante mucho rato, hasta que la pared se curva como un tobogán y
entonces se deslizan por ella durante más rato todavía. El tobogán se termina y
ruedan por el suelo hasta que se detienen. Les duele todo, están llenos de
magulladuras, pero respiran aliviados, el caracal se ha quedado arriba.
No
saben donde se encuentran, está oscuro, frío y húmedo. ¿Húmedo? ¿Agua? Parece
que sí, que en algún lugar de esa construcción subterránea debe de haber agua.
No hay tiempo que perder, lo primero es lo primero, encontrar el agua, ya
pensarían luego en cómo salir de allí para llevarla a Villa Fenectupenda.
Caminan
durante un buen rato sin saber muy bien si están avanzando o lo hacen en
círculos. No importa, han llegado al origen de toda esa humedad. Pero... no
puede ser. No hay un río subterráneo, tampoco se trata de un lago, es una roca
de la que mana el agua sin razón alguna. Se preguntan si será una filtración y
arrancan la roca por si está actuando de tapón. No es así. No solo no está
actuando de tapón, sino que no se trata de una filtración, el agua sigue
manando de la roca que Feneberto sujeta entre sus patas. «Tal vez esté dentro de
esta y cuando se acabe deje de manar», piensan. Y aprovechan para beberla por
si tienen razón. «El origen debe de ser este», dice Fenernán señalando el lugar
en el que estaba la roca. Pero de allí ya no sale líquido alguno, parece
haberse secado de repente, o... «¡Espera!», dice Feneberto. «¿Y si se ha
obstruido al quitar la roca?» Es una posibilidad, así que usan lo único que
tienen para golpear: la roca, y golpean con entusiasmo esperando que un chorro
brote con fuerza y los bañe de esperanza. Pero han hecho un agujero enorme y
nada brota de allí, salvo escombros. Lo único que consiguen es que la roca se
parta en dos mitades iguales, de las que sigue manando agua. Los dos la miran
con asombro, pues es maciza por dentro. Sin embargo, el agua no ha dejado de fluir
de ella en todo el tiempo. ¿De dónde sale? ¿Será mágica? No, la magia no existe.
Pero la roca está ahí, ¿verdad? Y el agua mana de ella sin ninguna razón. «¿Qué
importa?», dice Feneberto en un arrebato. Fenernán lo mira extrañado. «¿Qué más
da cómo lo haga?», continúa Feneberto. «El caso es que lo hace, el agua fluye
de ella sin cesar, podemos abastecer Villa Fenectupenda para siempre». Una buena
idea a la que Fenernán añade: «Sí, y nos haremos ricos». Esto deja
desconcertado a Feneberto. «¿Ricos? ¿De qué hablas?», dice. Y discuten sobre si
deben compartirla o comerciarla. Feneberto quiere compartirla, por supuesto,
pero Fenernán cree que han hecho un viaje muy largo lleno de penurias y que
merecen una compensación por ello. Feneberto argumenta que es su obligación,
que otros miembros hacen otras cosas por ellos, como Fenetilde, Fenefacio y
Feneralda, que se ocupan de la comida; o Fenelás, Fenefredo, Feneciela,
Fenefanía, Fenedelia y Fenandro, que se ocupan de excavar las madrigueras; o
Fenárbara, Fenedela, Fenequiel y Fenabé, que vigilan Villa Fenectupenda por si
acecha algún peligro. Hablando de peligro, Fenernán le recuerda a su hermano
que han estado a punto de ser devorados por un caracal. Feneberto, por su
parte, le recuerda a Fenernán que no hace muchos días una madriguera se
derrumbó mientras la estaban excavando, atrapando en su interior a Fenelás y
Fenedelia, que tuvieron que ser rescatados. También le recuerda que han sido
varias las veces que el horno de piedra que los cocineros usan para hacer los
pasteles con los que se chupa los dedos ha estallado, y que ha sido cuestión de
suerte que ninguno de ellos estuviera cerca cuando ha ocurrido. «Todas las
labores, por sencillas que parezcan, hermano, conllevan cierto riesgo», exclama
para terminar su argumentación.
Y
siguen discutiendo. El uno trata de convencer al otro de que su postura es la
correcta y el otro trata de convencer al uno de que la correcta es la suya. Y
casi sin darse cuenta están de vuelta en Villa Fenectupenda. No se han puesto
de acuerdo, así que deciden quedarse una mitad cada uno.
Feneberto
comparte su mitad en Villa Fenectupenda, donde sus científicos descubren una
peculiaridad: de una minúscula porción de la roca mana la misma cantidad de
agua que de ella entera. Aprovechan esta propiedad y la trituran para
convertirla en polvo de roca, que mezclan con distintos materiales de
construcción. Lo primero que construyen es un abrevadero que atraviesa toda
Villa Fenectupenda. Luego construyen acequias y cultivan sus propios frutos.
Después construyen una piscina enorme en la que creen que caben todos pero que
nunca lo sabrán porque Fenenselmo, un anciano al que le gusta contar chistes y
muy poco lavarse, nunca se ha metido, y aunque con todos los demás dentro sobra
mucho sitio, dicen los científicos que si no se comprueba no se puede dar por
válido. Lo último que construyen, hasta la fecha, es un parque acuático con
muchos toboganes muy altos y con muchos giros y muchos tirabuzones y mucho de
todo. Y todos quieren mucho a Feneberto y se comentó de hacerle una estatua,
pero a él le da mucha vergüenza y como le quieren tanto, lo respetan y no hay
estatua suya. Y Villa Fenectupenda hace honor a su nombre.
Fenernán,
por su parte, se muda a Villa Fenecbulosa, en la comarca de Dunas Cambiantes.
En Villa Fenectupenda no puede comerciar con su agua, ya que todos los miembros
la tienen gratis y sería una tontería pagar por ella. Pronto recibe noticias de
su hermano y del descubrimiento que han hecho sobre la roca. Fenernán toma
buena nota de ello y contrata ingenieros, constructores y albañiles para hacer
un abrevadero que atraviese Villa Fenecbulosa, pero cobra dos bayas por beber y
dos bayas y tres dátiles por llenar una tinaja. Su siguiente paso es construir
acequias y cultivar sus propios frutos, los cuales vende a cambio de otros
materiales como madera o piedra tallada. Luego construye una piscina tan grande
que podrían bañarse a la vez todos los Fénec del mundo, pero está siempre casi
vacía, porque cobra diez rosquillas de dátiles por un bono de una semana y dos
pasteles de bayas por el de un mes. Ahora está construyendo el parque acuático.
Cobrará un bizcocho o una tarta por usarlo un día. También ha construido una
gran estatua en la plaza de él mismo sosteniendo la roca, de la que brota el
agua al abrevadero.
Es el
cumpleaños de Feneberto y en dos días será el de Fenernán. Este último viaja a
Villa Fenectupenda para celebrar el de su hermano. Es una fiesta que nadie
olvidará jamás. Hay pasteles, rosquillas, tartas, bizcochos y muchos Fénec que
cantan y comen y bailan y comen y se divierten mientras comen más y todo es
algarabía y jolgorio. Y al final de la noche, Fenernán tiene que partir.
Pero
dos días después se ven de nuevo, porque es el cumpleaños de Fenernán, y
Feneberto viaja a Villa Fenecbulosa para celebrarlo con su hermano. Fenernán le
enseña la villa a Feneberto, que la recuerda del ya lejano viaje que ambos
hicieran meses atrás. La encuentra cambiada. La estatua de su hermano
sosteniendo la roca le llama la atención. «La llamo rocanantial», dice este. A
Feneberto le gusta. Pero no tanto como la madriguera de su hermano. Eso no es
una madriguera, es un palacio. Qué digo un palacio, es... ¿hay algo mejor que
un palacio? Pues lo que sea mejor que un palacio, eso es. Tiene salas y salas,
y despensas, muchas, todas llenas de frutos. Y almacenes, y galerías. Toda la
manada podría vivir ahí dentro. Dos manadas podrían vivir ahí dentro y no
llegar a conocerse jamás. Y menudo banquete tiene preparado. Feneberto no ha
visto tanta comida junta en su vida. No podría comérsela toda ni aunque viviera
tres vidas. Qué bien lo pasaron él y Fenernán esa noche. Cantaron y comieron y
bailaron y comieron y se divirtieron mientras comían y todo era tan fabuloso. Y
sin embargo, Fenernán no pudo evitar pensar en que cambiaría todo lo que tenía,
todos los frutos de sus treinta despensas, sus tartas, sus bizcochos, sus
pasteles, sus rosquillas, su madriguera mejor que un palacio, su estúpida
estatua, todo, a cambio de que en su fiesta hubiera alguien más aparte de ellos
dos.
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