lunes, 22 de febrero de 2016

Rocanantial


        El Sol se pone en Dunas Altas. La temperatura de la arena empieza a bajar y Villa Fenectupenda cobra vida. La primera en salir de su madriguera es Fenetilde. Asoma sus grandes orejas como si fueran un termómetro y comprueba que no hace calor. También escucha con atención y se asegura de que no haya peligro. Ya puede salir. Detrás de ella salen sus tres hijos: Fenevier, Fenelipe y Fenerico. Los tres corretean de aquí para allá casi de inmediato mordiéndose las orejas los unos a los otros, zancadilleándose y haciendo todas esas cosas que hacen los Fénec cuando juegan despreocupados. Fenetilde se acerca a la despensa y se dispone a preparar pastel de bayas y rosquillas de dátiles para toda la manada. Fenefacio y Feneralda se unen a ella en la tarea. Pronto todos están despiertos y llenando la barriga con tan deliciosos manjares. Es el mejor momento del día con diferencia, aunque alguno lo pondría en segundo lugar después del momento de dormir, ¿verdad, Feneberto? ¡Espera! ¿Dónde está Feneberto? ¿No estará...? No, por supuesto que no, que tontería. Le gusta dormir, pero es muy responsable y disciplinado y se levanta todos los días a su hora, porque sabe que, como recolector, es su deber, igual que lo hacen los demás.
        Ahí está, preparándose para partir hacia Aguas Cristalinas, el oasis en el que Villa Fenectupenda se abastece de agua y frutos.
        Pero hay un problema con el oasis. Las lluvias se retrasan y hace días que las aguas cristalinas que le dan nombre no son más que fango y no se pueden beber. Los frutos aguantan porque solo recolectan los que necesitan, para que la planta los conserve, pero se están acabando y ya no crecen nuevos.
        Las reservas de agua de la aldea se agotan y no pueden esperar más. El consejo, formado por Fenestantino, Fenedeo, Feneonor y Fenelvira, ha decidido que si las lluvias no han caído en Aguas Cristalinas a la llegada de los recolectores, estos regresarán a Villa Fenectupenda a excepción de dos: Feneberto y su hermano Fenernán, que continuarán el viaje más allá de Dunas Altas en busca de otro oasis.
        Y así lo hacen Feneberto y Fenernán. Las lluvias no han caído sobre Aguas Cristalinas, así que continúan el viaje más allá de Dunas Altas. Más allá de Dunas Cambiantes, donde se encuentran las aldeas de Villa Fenecmirable y Villa Fenecbulosa. Y más allá de Dunas Lejanas, donde visitan Villa Fenecsombrosa y Villa Fenecnífica, de las que habían oído hablar pero que nunca pensaron que conocerían por encontrarse tan lejos de Villa Fenectupenda. Pero aún viajan más lejos, más allá de Dunas Remotas, la última comarca conocida por los Fénec. Allí encuentran Villa Fenectraordinaria, de la que nunca habían oído hablar siquiera y en la que descansan antes de seguir, a pesar de que después de Dunas Remotas, en los mapas solo puede leerse: «Aquí hay caracales».
        Feneberto y Fenernán valoran la vida de todos los habitantes de Villa Fenectupenda por encima de la de ellos dos y deciden que el riesgo merece la pena, así que siguen adelante con las orejas más alerta que nunca, ya que los caracales son felinos y, por tanto, muy sigilosos en sus movimientos.
        Todo va como la seda durante muchas dunas y deciden descansar unos minutos junto a unas ruinas. Mala idea. Los mapas no se equivocaban. Un caracal los ha visto. Ellos han visto al caracal y el sigilo ya no tiene sentido. El caracal corre veloz hacia ellos. Ellos corren veloces hacia donde no esté el caracal. El caracal es muy rápido. Ellos cambian de dirección bruscamente en plena carrera para ganar unos metros. El caracal derrapa, pero enseguida coge tracción y corre hacia ellos. Se acerca. Se acerca mucho. Ellos intentan otro cambio de dirección, pero el caracal ya se lo sabe y no logran engañarle. Lo tienen encima. Los va a coger. Fenernán es el mayor y corre más rápido. Feneberto es más lento y va detrás de su hermano. El caracal lanza un zarpazo para zancadillear a Feneberto y este da vueltas como una pelota sin poder detenerse a causa de la velocidad que llevaba hasta chocar con una columna de piedra de las ruinas. El golpe abre una trampilla en el suelo y Feneberto y Fenernán caen. Caen durante mucho rato, hasta que la pared se curva como un tobogán y entonces se deslizan por ella durante más rato todavía. El tobogán se termina y ruedan por el suelo hasta que se detienen. Les duele todo, están llenos de magulladuras, pero respiran aliviados, el caracal se ha quedado arriba.
        No saben donde se encuentran, está oscuro, frío y húmedo. ¿Húmedo? ¿Agua? Parece que sí, que en algún lugar de esa construcción subterránea debe de haber agua. No hay tiempo que perder, lo primero es lo primero, encontrar el agua, ya pensarían luego en cómo salir de allí para llevarla a Villa Fenectupenda.
        Caminan durante un buen rato sin saber muy bien si están avanzando o lo hacen en círculos. No importa, han llegado al origen de toda esa humedad. Pero... no puede ser. No hay un río subterráneo, tampoco se trata de un lago, es una roca de la que mana el agua sin razón alguna. Se preguntan si será una filtración y arrancan la roca por si está actuando de tapón. No es así. No solo no está actuando de tapón, sino que no se trata de una filtración, el agua sigue manando de la roca que Feneberto sujeta entre sus patas. «Tal vez esté dentro de esta y cuando se acabe deje de manar», piensan. Y aprovechan para beberla por si tienen razón. «El origen debe de ser este», dice Fenernán señalando el lugar en el que estaba la roca. Pero de allí ya no sale líquido alguno, parece haberse secado de repente, o... «¡Espera!», dice Feneberto. «¿Y si se ha obstruido al quitar la roca?» Es una posibilidad, así que usan lo único que tienen para golpear: la roca, y golpean con entusiasmo esperando que un chorro brote con fuerza y los bañe de esperanza. Pero han hecho un agujero enorme y nada brota de allí, salvo escombros. Lo único que consiguen es que la roca se parta en dos mitades iguales, de las que sigue manando agua. Los dos la miran con asombro, pues es maciza por dentro. Sin embargo, el agua no ha dejado de fluir de ella en todo el tiempo. ¿De dónde sale? ¿Será mágica? No, la magia no existe. Pero la roca está ahí, ¿verdad? Y el agua mana de ella sin ninguna razón. «¿Qué importa?», dice Feneberto en un arrebato. Fenernán lo mira extrañado. «¿Qué más da cómo lo haga?», continúa Feneberto. «El caso es que lo hace, el agua fluye de ella sin cesar, podemos abastecer Villa Fenectupenda para siempre». Una buena idea a la que Fenernán añade: «Sí, y nos haremos ricos». Esto deja desconcertado a Feneberto. «¿Ricos? ¿De qué hablas?», dice. Y discuten sobre si deben compartirla o comerciarla. Feneberto quiere compartirla, por supuesto, pero Fenernán cree que han hecho un viaje muy largo lleno de penurias y que merecen una compensación por ello. Feneberto argumenta que es su obligación, que otros miembros hacen otras cosas por ellos, como Fenetilde, Fenefacio y Feneralda, que se ocupan de la comida; o Fenelás, Fenefredo, Feneciela, Fenefanía, Fenedelia y Fenandro, que se ocupan de excavar las madrigueras; o Fenárbara, Fenedela, Fenequiel y Fenabé, que vigilan Villa Fenectupenda por si acecha algún peligro. Hablando de peligro, Fenernán le recuerda a su hermano que han estado a punto de ser devorados por un caracal. Feneberto, por su parte, le recuerda a Fenernán que no hace muchos días una madriguera se derrumbó mientras la estaban excavando, atrapando en su interior a Fenelás y Fenedelia, que tuvieron que ser rescatados. También le recuerda que han sido varias las veces que el horno de piedra que los cocineros usan para hacer los pasteles con los que se chupa los dedos ha estallado, y que ha sido cuestión de suerte que ninguno de ellos estuviera cerca cuando ha ocurrido. «Todas las labores, por sencillas que parezcan, hermano, conllevan cierto riesgo», exclama para terminar su argumentación.
        Y siguen discutiendo. El uno trata de convencer al otro de que su postura es la correcta y el otro trata de convencer al uno de que la correcta es la suya. Y casi sin darse cuenta están de vuelta en Villa Fenectupenda. No se han puesto de acuerdo, así que deciden quedarse una mitad cada uno.
        Feneberto comparte su mitad en Villa Fenectupenda, donde sus científicos descubren una peculiaridad: de una minúscula porción de la roca mana la misma cantidad de agua que de ella entera. Aprovechan esta propiedad y la trituran para convertirla en polvo de roca, que mezclan con distintos materiales de construcción. Lo primero que construyen es un abrevadero que atraviesa toda Villa Fenectupenda. Luego construyen acequias y cultivan sus propios frutos. Después construyen una piscina enorme en la que creen que caben todos pero que nunca lo sabrán porque Fenenselmo, un anciano al que le gusta contar chistes y muy poco lavarse, nunca se ha metido, y aunque con todos los demás dentro sobra mucho sitio, dicen los científicos que si no se comprueba no se puede dar por válido. Lo último que construyen, hasta la fecha, es un parque acuático con muchos toboganes muy altos y con muchos giros y muchos tirabuzones y mucho de todo. Y todos quieren mucho a Feneberto y se comentó de hacerle una estatua, pero a él le da mucha vergüenza y como le quieren tanto, lo respetan y no hay estatua suya. Y Villa Fenectupenda hace honor a su nombre.
        Fenernán, por su parte, se muda a Villa Fenecbulosa, en la comarca de Dunas Cambiantes. En Villa Fenectupenda no puede comerciar con su agua, ya que todos los miembros la tienen gratis y sería una tontería pagar por ella. Pronto recibe noticias de su hermano y del descubrimiento que han hecho sobre la roca. Fenernán toma buena nota de ello y contrata ingenieros, constructores y albañiles para hacer un abrevadero que atraviese Villa Fenecbulosa, pero cobra dos bayas por beber y dos bayas y tres dátiles por llenar una tinaja. Su siguiente paso es construir acequias y cultivar sus propios frutos, los cuales vende a cambio de otros materiales como madera o piedra tallada. Luego construye una piscina tan grande que podrían bañarse a la vez todos los Fénec del mundo, pero está siempre casi vacía, porque cobra diez rosquillas de dátiles por un bono de una semana y dos pasteles de bayas por el de un mes. Ahora está construyendo el parque acuático. Cobrará un bizcocho o una tarta por usarlo un día. También ha construido una gran estatua en la plaza de él mismo sosteniendo la roca, de la que brota el agua al abrevadero.
        Es el cumpleaños de Feneberto y en dos días será el de Fenernán. Este último viaja a Villa Fenectupenda para celebrar el de su hermano. Es una fiesta que nadie olvidará jamás. Hay pasteles, rosquillas, tartas, bizcochos y muchos Fénec que cantan y comen y bailan y comen y se divierten mientras comen más y todo es algarabía y jolgorio. Y al final de la noche, Fenernán tiene que partir.

        Pero dos días después se ven de nuevo, porque es el cumpleaños de Fenernán, y Feneberto viaja a Villa Fenecbulosa para celebrarlo con su hermano. Fenernán le enseña la villa a Feneberto, que la recuerda del ya lejano viaje que ambos hicieran meses atrás. La encuentra cambiada. La estatua de su hermano sosteniendo la roca le llama la atención. «La llamo rocanantial», dice este. A Feneberto le gusta. Pero no tanto como la madriguera de su hermano. Eso no es una madriguera, es un palacio. Qué digo un palacio, es... ¿hay algo mejor que un palacio? Pues lo que sea mejor que un palacio, eso es. Tiene salas y salas, y despensas, muchas, todas llenas de frutos. Y almacenes, y galerías. Toda la manada podría vivir ahí dentro. Dos manadas podrían vivir ahí dentro y no llegar a conocerse jamás. Y menudo banquete tiene preparado. Feneberto no ha visto tanta comida junta en su vida. No podría comérsela toda ni aunque viviera tres vidas. Qué bien lo pasaron él y Fenernán esa noche. Cantaron y comieron y bailaron y comieron y se divirtieron mientras comían y todo era tan fabuloso. Y sin embargo, Fenernán no pudo evitar pensar en que cambiaría todo lo que tenía, todos los frutos de sus treinta despensas, sus tartas, sus bizcochos, sus pasteles, sus rosquillas, su madriguera mejor que un palacio, su estúpida estatua, todo, a cambio de que en su fiesta hubiera alguien más aparte de ellos dos.

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