22 de diciembre de 2012
Navidad. Después de los meses de verano, era el período de tiempo más
largo que Natalia pasaba en casa, en Murias de Paredes, un pueblo de apenas
quinientos habitantes de la provincia de León. El autobús de línea hizo su
única parada y ella bajó. Allí la esperaban Toni, con aquel viejo Citroën
Méhari naranja y sin techo que no se rompía nunca, y Eve —en realidad fue
Evencia lo que dijo el páter en la pila de bautismo, si bien es cierto que es
nombre más del agrado de los padres que de la hija—. Su casa no estaba lejos
—nada estaba lejos en un pueblo de quinientos habitantes—, aun así, Natalia
puso las maletas en la parte de atrás del coche, se acomodó junto a ellas
mientras sus amigos ocupaban las plazas delanteras, y aprovecharon el trayecto
para ponerse al día. Ella estudiaba Periodismo en la Universidad Complutense de
Madrid, Eve Bellas Artes en la de Salamanca y Toni se ocupaba de pastorear el
ganado de su familia: tenían muchas cosas que contarse los unos a los otros.
Más de las que daba tiempo en los diez minutos que tardaron en llegar y verse
obligados a posponer la charla para el día siguiente.