El Sol se pone en Dunas Altas. La temperatura de la
arena empieza a bajar y Villa Fenectupenda cobra vida. La primera en salir de
su madriguera es Fenetilde. Asoma sus grandes orejas como si fueran un
termómetro y comprueba que no hace calor. También escucha con atención y se
asegura de que no haya peligro. Ya puede salir. Detrás de ella salen sus tres
hijos: Fenevier, Fenelipe y Fenerico. Los tres corretean de aquí para allá casi
de inmediato mordiéndose las orejas los unos a los otros, zancadilleándose y
haciendo todas esas cosas que hacen los Fénec cuando juegan despreocupados.
Fenetilde se acerca a la despensa y se dispone a preparar pastel de bayas y
rosquillas de dátiles para toda la manada. Fenefacio y Feneralda se unen a ella
en la tarea. Pronto todos están despiertos y llenando la barriga con tan
deliciosos manjares. Es el mejor momento del día con diferencia, aunque alguno
lo pondría en segundo lugar después del momento de dormir, ¿verdad, Feneberto? ¡Espera!
¿Dónde está Feneberto? ¿No estará...? No, por supuesto que no, que tontería. Le
gusta dormir, pero es muy responsable y disciplinado y se levanta todos los días
a su hora, porque sabe que, como recolector, es su deber, igual que lo hacen
los demás.
Ahí
está, preparándose para partir hacia Aguas Cristalinas, el oasis en el que
Villa Fenectupenda se abastece de agua y frutos.
Pero
hay un problema con el oasis. Las lluvias se retrasan y hace días que las aguas
cristalinas que le dan nombre no son más que fango y no se pueden beber. Los
frutos aguantan porque solo recolectan los que necesitan, para que la planta
los conserve, pero se están acabando y ya no crecen nuevos.