Me pongo en pie para escuchar el veredicto. Lo de
escuchar es un decir, un tecnicismo. En realidad será una comunicación visual.
Los veinticuatro cilindros de metal que componen el jurado, dispuestos de forma
teatral en tres filas de ocho, la segunda más alta que la primera y la tercera,
pegada a la pared, más alta que la segunda, se iluminarán para mostrarlo. A
pesar de que todas las pruebas son circunstanciales y no hay nada concluyente,
nada que me incrimine, lo lógico cuando uno es inocente de lo que se le acusa,
para mí se iluminarán en rojo. La presencia de tres individuos en la sala sentados
juntos con sendos trajes de vivos colores: violeta, el de la derecha, verde, el
del centro, y naranja, el de la izquierda, me lo ha anunciado en cuanto he
entrado.
¿Mi
pecado?: ser un cabo suelto. Sé quién es él.